La Ley del Karma
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La
palabra Karma viene del sánscrito y significa “acción” o “hacer”;
acción de la que, como consecuencia, se derivan unos resultados. De ahí
que al karma también se lo conozca como ley de causa y efecto, ley de la
causalidad, ley de compensación, ley de acción y reacción espiritual o
ley de la justicia espiritual. Esta ley universal está íntimamente
ligada a la ley de retorno y reencarnación, pero esta la veremos más
adelante, ya que en esta ocasión nos vamos a centrar exclusivamente en
el karma.
El karma en nuestra cultura
El concepto de karma resulta especialmente confuso para la estructura
mental de Occidente, razón por la que su uso se ha extendido con
multitud de interpretaciones que en ocasiones resultan cercanas a la
superstición, cuando no a la ignorancia. De hecho, la mayoría de las
personas hablan de karma cuando tienen que referirse a causas de
infelicidad, mala suerte o sufrimientos incomprensibles para ellos.
Otros ven en el karma de vidas pasadas el origen de todas las desgracias
de su existencia presente. Hay, incluso, quien lo interpreta como la
ley del Talión:
“ojo por ojo, diente por diente”. Y hasta hay
quien cree haber descubierto un mensaje kármico en las palabras de Jesús
cuando se dirige a Pedro en estos términos:
“quien a hierro mata, a hierro morirá”.
“Quien siembra vientos, recoge tempestades” : el refranero popular suele sintetizar con genio su percepción de las leyes universales.
Aceptada la creencia de la reencarnación, el karma se tradujo, en
pésimos textos “ocultistas”, como la deuda acumulada por los errores y
crímenes cometidos en vidas pasadas. Como sucede siempre con las ideas
esotéricas, -aquellas que provienen del conocimiento interior, holístico
e intuititvo- su popularización acaba por vulgarizarlas y
desnaturalizarlas. El resultado es siempre una caricatura que, en muchos
casos, concluye expresando lo opuesto a lo que se quiso desvelar. Las
verdades esotéricas tropiezan siempre con las limitaciones del lenguaje.
Surgidas a menudo simbólicamente desde un factor supraconsciente del
ser, son difícilmente explicables. En los sueños, o en los estados de
hiperlucidez, se accede a una conciencia ampliada que se maneja con
síntesis e imágenes de amplia significación. El estado de hiperlucidez
supone el acceso, a una velocidad e intensidad inhabituales, a
conocimientos, relaciones y nexos de una realidad más rica y más vasta,
que no puede encerrarse en nuestra “razón” limitada por la espacialidad
tridimensional. Para comprender estas otras dimensiones de la realidad,
el misterio y la paradoja de que cosas aparentemente opuestas
constituyen una unidad con sentido, se necesita aprender a utilizar y
comprender un lenguaje paradójico, diferente y unitario. Sólo una enorme
riqueza de metáforas y de imágenes poéticas puede acercarse a traducir
los mensajes que provienen de la supraconciencia del ser. Ese fue el
lenguaje que Oriente utilizó para aproximarnos a su visión del mundo.
Sin embargo, nuestra estructura mental impidió que pudiéramos traducir
la cosmovisión del karma en un lenguaje más elevado.
Cuando la ley del karma comenzó a introducirse en Occidente, la
primera interpretación que se hizo de ella se basó en una presunta
“justicia divina” que premiaría o castigaría nuestros actos. Sin
embargo, todo esto no es más que una visión simplista que pone de
manifiesto un total desconocimiento de las leyes que rigen el universo.
Una interpretación propia de gente que sigue sintiéndose a merced de los
designios de una divinidad externa que, según creen ellos, proporciona
constantes pruebas que superar, algunas de ellas terriblemente
dolorosas.
Oriente vino a nuestro encuentro para ayudarnos a iluminar los
aspectos oscuros de nosotros mismos. No sólo había indagado en lo
profundo del inconsciente, sino que, con milenios de práctica, poseía
técnicas de introspección y autoconocimiento para acercarnos a las
fuentes de nuestro propio ser. Pero la grandeza de Oriente no consistía
en la mera posesión de unas técnicas, sino en la inconcebible
profundidad de sus filosofías, que ligaban lo individual con la
totalidad del orden cósmico. Las doctrinas del
Samkya Yoga, la
Vedanta Advaíta, el
Budismo, y la sublime sutileza del
Taoísmo, establecían la existencia del hombre dentro de una tendencia evolutiva inherente a toda la creación.
Si hubiera que definir el karma en pocas palabras, deberíamos decir que es la ley que conduce hacia la
elevación de la conciencia cósmica
mediante un movimiento armónico de los acontecimientos. Si el Universo
tiene un sentido evolutivo inherente, nuestros actos deberían acomodarse
o ajustarse a los márgenes o límites de ese río o corriente evolutiva
que nos arrastra consigo. Acostumbrados como estamos a ver en todo las
causas y efectos en sentido lineal, a explicar los porqués de los
acontecimientos, obviamos aceptar la evidencia reflexiva de que muchas
cosas nos suceden
para qué.
La observación reflexiva sobre nuestra vida, o la vida de otros,
demuestra que casi nunca las historias son tan lineales, ni indican la
existencia de la inexorable ley del Talión. No por matar se acaba
asesinado, ni quien roba es finalmente robado. La ley del karma no se
manifiesta sólo en el plano causal; por eso sus efectos nos parecen, si
no contradictorios, por lo menos paradójicos. La ley del karma, tal como
la concibieron los metafísicos de Oriente, es el hilo conductor que
preside las causas y los efectos del mundo visible e invisible. Karma no
es premio ni castigo, pues carece de trasfondo ético, pero expresa que
lo afín -más allá de la valoración sobre el bien o el mal- tiende a
reunirse naturalmente, por atracción recíproca. La acción, pero sobre
todo la conexión interna o psicológica con el mundo y sus imperativos,
irán conduciendo el flujo de nuestra vida hacia un cierto destino. No
puede comprenderse el karma en su totalidad si obviamos que los hindúes
lo toman como contrapartida de otra idea: la liberación.
Algunos aspectos del karma
Como decíamos al principio, todo en esta vida retorna: las
estaciones, el Sol, los días de la semana…y nuestros pensamientos,
palabras y acciones no son una excepción. En todas las culturas existe
la idea de un juicio al final de la vida en el que se revisa si nuestras
acciones han sido acordes a las leyes universales o no. Los egipcios
creían que la diosa Ma’at era la encargada de estos menesteres. Anubis
(Ampu para los griegos) conducía al difunto hacia el tribunal supremo
divino, donde Ma’at, la diosa de la justicia, colocaba la pluma de
avestruz que porta en su cabeza en una de las pesas de una balanza y el
corazón del finado en la otra. Si las pesas quedaban a la misma altura
significaba que la vida de esa alma había sido equilibrada. Pero si se
inclinaban hacia uno de los lados, se consideraba incorrecta, así que el
destino de esa alma era retornar al mundo físico o ser devorada por el
monstruo Amut. Todo este ritual simboliza la densidad y la mezcla de las
energías.
En la mitología griega el equivalente de Ma’at es Nemesis. También
está Zeus, etc. Para los romanos Júpiter era el que administraba la
justicia mientras que la diosa Fortuna representaba su aspecto más dulce
(el dharma).
En el cristianismo tenemos el juicio final. Y en la tradición
esotérica, el león alado de la ley que podemos ver en muchas catedrales
góticas, que representa la ley divina.
El juicio de Ma’at
Cada pensamiento que emitimos, por afinidad se une con otros de
semejante vibración formando los conocidos egregores o formas de
pensamiento. Según la intensidad con la que haya sido emitido, así
perdurará y proporcional será su fuerza igualmente. Así, un pensamiento
benévolo se mantiene como una fuerza activa y positiva, mientras que uno
malintencionado puede llegar a convertirse en una verdadera fuerza
demoníaca. Continuamente todas las personas estamos llenando nuestro
ambiente con estas emanaciones fruto de nuestros juicios, envidias,
odios, o todo lo contrario. Los “despiertos” las emiten conscientemente,
mientras que el resto de la humanidad lo hace de forma inconsciente. En
esto consiste el karma para los hinduistas.
Toda esta amalgama de pensamientos y sentimientos sería la que daría
forma y se cristalizaría en nuestra siguiente vida. Annie Besant lo
explica bastante bien en su libro “karma”:
Al pasar por los planos mental y astral en su retorno a
la tierra se reviste el ego de nuevos cuerpos constituidos por la
respectiva materia de dichos planos, de conformidad con los resultados
de su pasado karma, [...] Una vez así revestido, [...] se halla el ego
dispuesto a recibir de los Señores del Karma el cuerpo etéreo por ellos
formado con los materiales que el mismo ego proporcionó, y que sirve
de molde para construir por ley fisiológica el cuerpo denso en que debe
manifestarse en el mundo físico durante la próxima encarnación. De esta
suerte el ego individual se refleja en el ego personal, y su carácter,
sus cualidades, dotes y circunstancias dependerán de sus pensamientos
anteriores. Se convertirá en lo que pensó, y así el hombre es según
quiso ser. [...] Los Mahárajas, auxiliados por sus huestes, envían el
cuerpo etéreo así formado al país, raza, familia y madre que
proporcionen el campo o ambiente más favorable para el agotamiento de la
porción de karma ya madura correspondiente a aquella inminente vida
terrena. No es posible agotar o extinguir en una sola vida todo el karma
acumulado por el ego, ni podría elaborarse instrumento alguno ni
encontrar ambiente apropiado ni reunir todas las circunstancias
necesarias para la manifestación de todas las evolucionadas facultades
del ego ni para que éste cumpla las obligaciones contraídas en el
pasado con otros egos. Por lo tanto, el cuerpo etéreo ha de estar
elaborado en congruencia con la parte de karma que el ego sea capaz de
agotar en aquella encarnación y se le colocará en un ambiente social
donde pueda relacionarse con los egos con quienes tenga contraídos lazos
kármicos. Se eligen un país y una raza cuyas condiciones políticas,
religiosas y sociales convengan a las facultades del ego y proporcionen
ambiente adecuado a la ocurrencia de los efectos de las causas que
estableció. La familia elegida ha de poseer una herencia fisiológica a
propósito para proporcionar la materia física requerida por la
adaptación del cuerpo denso al molde etéreo, de suerte que el cuerpo
físico sea eficaz instrumento de manifestación y expresión de las
facultades mentales y emocionales del ego y puede éste agotar la
señalada porción de su acumulado karma.
Todo lo que decimos, hacemos y pensamos retorna a nosotros,
especialmente los juicios que hacemos a los demás. Todo queda
debidamente registrado en nuestro “libro cósmico” dentro de los
registros akáshicos. Podemos pedir que nos enseñen estos ficheros
durante un viaje astral consciente.
La misma ley proporciona los efectos en las sucesivas vidas, siempre
basándose en dos pilares: misericordia y justicia. Hay varios tipos de
karma: personal, familiar, colectivo, nacional, mundial, karmaduro y
katancia. El karmaduro es el correspondiente a un acto premeditado, como
un crimen planeado. Katancia es el karma de los dioses, santos,
maestros, iniciados, etc.
También existe la “ley de accidentes” que nos recuerda que debemos
estar presentes y conscientes en nuestra vida diaria. De lo contrario
podemos sufrir uno de esos olvidos fatales, como dejarnos el gas
encendido.
El dharma es un regalo, un regalo cósmico si soñamos con monedas.
¿Cómo “quemar” el karma?
Al león de la ley se le combate con la balanza: esto significa
empezar a cuidar lo que pensamos, hablamos, hacemos, etc. mediante una
recta manera de sentir, pensar y actuar. Si cambiamos nuestra forma de
vivir no generaremos más karma.
También podemos hacer buenas obras para pagar nuestras deudas “por
adelantado”. De esta forma puede que evitemos un accidente en un momento
dado.
Si no tenemos con qué pagar, vamos a pagar con dolor (por eso hay tanto sufrimiento en el mundo).
Pero no debemos olvidar nunca que nosotros mismos somos nuestros
carceleros porque somos creadores de nuestra realidad a cada instante.
En el momento en que cambiemos la tónica de nuestros pensamientos y
nuestras obras sean más benéficas, mereceremos un más bello porvenir.
Como dice Annnie Besant:
Las aspiraciones y deseos se convierten en aptitudes
Los pensamientos reiterados se convierten tendencias
La voluntad de obrar se convierte en acciones
Las experiencias se convierten en conocimiento
Los sufrimientos se convierten en conciencia
No quisiera terminar este artículo sin mencionar a Vicent Guillem y
su libro Las Leyes Espirituales, cuya lectura os recomiendo a todos (en
la bibliografía aparece la página donde podéis descargarlo). Como quizá
las partes anteriores han quedado un poco complejas de comprender, he
escogido algunas preguntas de ese magnífico libro para ilustrar de una
manera más pedagógica la ley del karma. Estas son las preguntas que más
suelen surgir, pero en el capítulo del libro sobre la Ley de causa y
efecto hay muchas más. Así que, aunque me ponga un poco pesada lo
repito: lectura imprescindible para todos los interesados en estos
temas.
(
Vicent Guillem P. es Doctor en Ciencias Químicas y
trabaja en el hospital clínico universitario de Valencia investigando la
predisposición genética al cáncer. También practica Reiki con fines
terapéuticos de forma gratuita y totalmente desinteresada. El libro de
Las leyes espirituales constituye un compendio de preguntas y respuestas
que le fue dado por un maestro espiritual durante varios viajes
astrales. Desde hace varios años organiza talleres y conferencias
gratuitas para difundir las enseñanzas que le fueron mostradas.)
Pregunta: ¿Y de qué manera los actos de la vida actual tienen que ver con aquellos vividos en el pasado?
Respuesta: Existe una ley universal, la cual
podríamos llamar Ley de la Justicia Espiritual, Ley de Causa-Efecto, o
Ley de Acción y Reacción Espiritual que dice, más o menos, que el
espíritu recibe exactamente lo mismo que da. En realidad equivale a
decir que lo que hacemos a los demás nos lo hacemos en realidad a
nosotros mismos. La consecuencia de ello es que cada espíritu ha de
hacer frente a las circunstancias que él mismo ha creado, de manera que
muchas de las circunstancias adversas a las que se enfrenta el espíritu
en una vida son consecuencia o efecto de una causa que él mismo creó en
una encarnación anterior.
P: ¿Por qué es una ley universal?
R: Porque el espíritu no puede ser feliz ni puede avanzar en su
evolución espiritual sin haberse enfrentado y haber resuelto aquellas
circunstancias, aquellos actos que realizó contra las leyes universales y
contra los demás seres de la creación. Si por la ley del libre
albedrío el espíritu es libre para elegir el camino que quiera, de tomar
las decisiones que crea convenientes, por la ley de justicia espiritual
ha de saber que cada acción que realiza tiene sus consecuencias y que
finalmente, tarde o temprano, éstas acabarán afectándole a él. Dicho de
otro modo: “La siembra es libre, la cosecha es obligatoria”. Es decir,
si algo nos pareció correcto como emisores, también nos deberá parecer
justo como receptores y viceversa, y si no nos gusta recibir lo mismo
que hicimos es que había algo en lo que hicimos que no era demasiado
bueno, porque lo que no es bueno para nosotros, tampoco es bueno para
los demás. Habéis oído que muchos grandes profetas, incluido el propio
Jesús, dijeron: “No hagas a los demás lo que no quisieras que hiciesen
contigo” y “haz a los demás lo que quisieras que hiciesen contigo.”
Conociendo la ley de acción y reacción habría que añadir a estas máximas
una coletilla: “No hagas a los demás lo que no quisieras que hiciesen
contigo, porque al final te lo haces a ti mismo” y “haz a los demás lo
que quisieras que hiciesen contigo, porque en realidad te lo haces a ti
mismo”. En esta máxima, “lo que haces a los demás también te lo haces a
ti mismo” se encierra el principio de justicia espiritual.
P: Pues yo no observo que esta ley se cumpla muy a menudo.
¿Acaso no hay asesinos, criminales y genocidas reconocidos que jamás son
llevados ante la justicia y mueren plácidamente de viejos?
R: El hecho de que el efecto asociado a una causa o acción
determinada no se dé de forma inmediata puede dar la impresión al
encarnado de que no existe justicia, por no ver al criminal responder
por sus delitos en la misma encarnación. Es cierto que en una sola vida
muchos delitos, sobre todo de aquellos que ostentan posiciones de poder
terrenal, quedan impunes. En estos casos se da que, los que actuaron en
contra de la ley del amor dañando a otros espíritus, harán frente en
posteriores vidas a las consecuencias de sus actos. Imaginemos un
gobernante que fue el causante de guerras y dio la orden para torturar y
condenar a muerte a miles de personas. Debido a su poder jamás fue
juzgado ni condenado por ningún tribunal de la Tierra. Tened por seguro
que aquellas cuentas que no saldó en dicha vida quedan pendientes para
las próximas, y el verdugo de antaño puede ser la víctima aparentemente
inocente del mañana. Esto es lo que significa la frase “Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”
porque lo que la justicia terrena deja sin resolver no tengáis duda que
la justicia espiritual lo resolverá. Aún así, sabed que la intención de
este sistema no es castigar sino enseñar. En cualquier caso, todo
espíritu que hizo daño queda en deuda consigo mismo y, para poder
avanzar, es necesario primero que se dé cuenta del daño que hizo y
segundo, que lo repare.
P: ¿Y por qué tiene que haber una demora entre la acción y
la reacción, es decir, entre el acto y sus consecuencias sobre el que lo
comete? ¿No sería más justo que acción y reacción fueran consecutivas?
R: La reacción se activa en el momento en que se realiza la acción,
aunque no se haga efectiva inmediatamente. Si la acción está a favor de
las leyes espirituales, recibiremos una “bonificación espiritual”,
mientras que si está en contra diremos que se ha contraído una “deuda
espiritual”. La “recogida de la cosecha” se demorará hasta que el
espíritu concluya la etapa en la que se pone a prueba, o sea, cuando
finalice la encarnación, igual que cuando se realiza un examen no se
conoce la nota hasta finalizar completamente el examen, ni se espera a
continuar el siguiente ejercicio a que el profesor corrija el ejercicio
recién terminado. Cuando se trata de un acto a favor de las leyes
espirituales, en algún momento recibiremos del mundo espiritual la
compensación pertinente, aunque no será inmediata, sino que, como en un
trabajo por encargo, se recibe la recompensa una vez se concluye el
trabajo, y no mientras se está realizando. Esta “recompensa espiritual”
se traducirá finalmente en un ascenso del espíritu hacia esferas de
mayor evolución, donde habitan espíritus más amorosos, una vez concluida
la encarnación. En el caso de una deuda espiritual, la reparación se
demorará hasta que el espíritu decida por propia voluntad subsanar
voluntariamente el daño que hizo, lo cual implica necesariamente que el
espíritu haya tomado conciencia de su propia actuación. Por la ley del
libre albedrío no se le puede obligar a hacerlo. Será el espíritu el que
decidirá cuando llega el momento de enfrentarse a esas circunstancias.
Pero si quiere avanzar espiritualmente, ineludiblemente, tarde o
temprano, deberá enfrentarse a ellas y reparar el daño que hizo.
Mientras esto no ocurra no se enfrentará a ciertas pruebas, pero el peso
de los actos realizados contra la ley del amor, una vez concluida la
encarnación, le retendrá en los niveles inferiores del mundo astral, en
los que habitan los espíritus de semejante condición a la suya, y que
debido a su falta de armonía con las leyes del amor, se dedican a
hacerse daño los unos a los otros, resultando de esto que la vida en
esos niveles es bastante desgraciada y llena de sufrimientos para sus
habitantes.
P: Pero obligar al espíritu a pasar por lo mismo que él hizo ¿no es equivalente al ojo por ojo, diente por diente?
R: Ya digo que no es un castigo, sino una forma de aprendizaje. Si
uno cree que ha actuado justamente no tendrá ningún temor en recibir
aquello que dio. Al contrario, estará deseoso de recoger la justa
recompensa de sus buenas acciones. Por el contrario, si ha obrado con
egoísmo, perjudicando a los demás, no tendrá demasiadas ganas de recoger
la cosecha de su mala siembra. Si la intención de la ley fuera castigar
al infractor, como una especie de venganza, podríamos considerarlo un
ojo por ojo. Sin embargo, el objetivo de la ley no es castigar, sino
promover la evolución del espíritu a través de la experimentación
personal de las acciones que uno mismo genera. Dicho de otro modo, la
ley de la justicia espiritual nos enfrenta a cada uno con nuestros
propios actos de manera que podamos aprender de ello. Y no
necesariamente ha de pasar por las mismas situaciones literalmente que
él mismo provocó, pero suele ser la forma más rápida de aprendizaje y la
elegida por muchos espíritus, deseosos de salir de su situación de
inferioridad espiritual, en la que se sienten profundamente infelices.
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Fuentes consultadas para la elaboración de este artículo y más información:
[Libro] Karma. Annie Besant
[Libro] Las Leyes Espirituales. Vicent Guillem. Se puede descargar aquí gratuitamente:
http://lasleyesespirituales.blogspot.com.es/ (licencia Creative Commons)
Revista Más Allá nº 18
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