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martes, 24 de junio de 2014

.................KARMA............


ross_karmaLa palabra Karma viene del sánscrito y significa “acción” o “hacer”; acción de la que, como consecuencia, se derivan unos resultados. De ahí que al karma también se lo conozca como ley de causa y efecto, ley de la causalidad, ley de compensación, ley de acción y reacción espiritual o ley de la justicia espiritual. Esta ley universal está íntimamente ligada a la ley de retorno y reencarnación, pero esta la veremos más adelante, ya que en esta ocasión nos vamos a centrar exclusivamente en el karma.

El karma en nuestra cultura

El concepto de karma resulta especialmente confuso para la estructura mental de Occidente, razón por la que su uso se ha extendido con multitud de interpretaciones que en ocasiones resultan cercanas a la superstición, cuando no a la ignorancia. De hecho, la mayoría de las personas hablan de karma cuando tienen que referirse a causas de infelicidad, mala suerte o sufrimientos incomprensibles para ellos. Otros ven en el karma de vidas pasadas el origen de todas las desgracias de su existencia presente. Hay, incluso, quien lo interpreta como la ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente”. Y hasta hay quien cree haber descubierto un mensaje kármico en las palabras de Jesús cuando se dirige a Pedro en estos términos: “quien a hierro mata, a hierro morirá”. “Quien siembra vientos, recoge tempestades” : el refranero popular suele sintetizar con genio su percepción de las leyes universales.
Aceptada la creencia de la reencarnación, el karma se tradujo, en pésimos textos “ocultistas”, como la deuda acumulada por los errores y crímenes cometidos en vidas pasadas. Como sucede siempre con las ideas esotéricas, -aquellas que provienen del conocimiento interior, holístico e intuititvo- su popularización acaba por vulgarizarlas y desnaturalizarlas. El resultado es siempre una caricatura que, en muchos casos, concluye expresando lo opuesto a lo que se quiso desvelar. Las verdades esotéricas tropiezan siempre con las limitaciones del lenguaje. Surgidas a menudo simbólicamente desde un factor supraconsciente del ser, son difícilmente explicables. En los sueños, o en los estados de hiperlucidez, se accede a una conciencia ampliada que se maneja con síntesis e imágenes de amplia significación. El estado de hiperlucidez supone el acceso, a una velocidad e intensidad inhabituales, a conocimientos, relaciones y nexos de una realidad más rica y más vasta, que no puede encerrarse en nuestra “razón” limitada por la espacialidad tridimensional. Para comprender estas otras dimensiones de la realidad, el misterio y la paradoja de que cosas aparentemente opuestas constituyen una unidad con sentido, se necesita aprender a utilizar y comprender un lenguaje paradójico, diferente y unitario. Sólo una enorme riqueza de metáforas y de imágenes poéticas puede acercarse a traducir los mensajes que provienen de la supraconciencia del ser. Ese fue el lenguaje que Oriente utilizó para aproximarnos a su visión del mundo. Sin embargo, nuestra estructura mental impidió que pudiéramos traducir la cosmovisión del karma en un lenguaje más elevado.
Cuando la ley del karma comenzó a introducirse en Occidente, la primera interpretación que se hizo de ella se basó en una presunta “justicia divina” que premiaría o castigaría nuestros actos. Sin embargo, todo esto no es más que una visión simplista que pone de manifiesto un total desconocimiento de las leyes que rigen el universo. Una interpretación propia de gente que sigue sintiéndose a merced de los designios de una divinidad externa que, según creen ellos, proporciona constantes pruebas que superar, algunas de ellas terriblemente dolorosas.
Oriente vino a nuestro encuentro para ayudarnos a iluminar los aspectos oscuros de nosotros mismos. No sólo había indagado en lo profundo del inconsciente, sino que, con milenios de práctica, poseía técnicas de introspección y autoconocimiento para acercarnos a las fuentes de nuestro propio ser. Pero la grandeza de Oriente no consistía en la mera posesión de unas técnicas, sino en la inconcebible profundidad de sus filosofías, que ligaban lo individual con la totalidad del orden cósmico. Las doctrinas del Samkya Yoga, la Vedanta Advaíta, el Budismo, y la sublime sutileza del Taoísmo, establecían la existencia del hombre dentro de una tendencia evolutiva inherente a toda la creación.
Si hubiera que definir el karma en pocas palabras, deberíamos decir que es la ley que conduce hacia la elevación de la conciencia cósmica mediante un movimiento armónico de los acontecimientos. Si el Universo tiene un sentido evolutivo inherente, nuestros actos deberían acomodarse o ajustarse a los márgenes o límites de ese río o corriente evolutiva que nos arrastra consigo. Acostumbrados como estamos a ver en todo las causas y efectos en sentido lineal, a explicar los porqués de los acontecimientos, obviamos aceptar la evidencia reflexiva de que muchas cosas nos suceden para qué.
La observación reflexiva sobre nuestra vida, o la vida de otros, demuestra que casi nunca las historias son tan lineales, ni indican la existencia de la inexorable ley del Talión. No por matar se acaba asesinado, ni quien roba es finalmente robado. La ley del karma no se manifiesta sólo en el plano causal; por eso sus efectos nos parecen, si no contradictorios, por lo menos paradójicos. La ley del karma, tal como la concibieron los metafísicos de Oriente, es el hilo conductor que preside las causas y los efectos del mundo visible e invisible. Karma no es premio ni castigo, pues carece de trasfondo ético, pero expresa que lo afín -más allá de la valoración sobre el bien o el mal- tiende a reunirse naturalmente, por atracción recíproca. La acción, pero sobre todo la conexión interna o psicológica con el mundo y sus imperativos, irán conduciendo el flujo de nuestra vida hacia un cierto destino. No puede comprenderse el karma en su totalidad si obviamos que los hindúes lo toman como contrapartida de otra idea: la liberación.

Algunos aspectos del karma

Como decíamos al principio, todo en esta vida retorna: las estaciones, el Sol, los días de la semana…y nuestros pensamientos, palabras y acciones no son una excepción. En todas las culturas existe la idea de un juicio al final de la vida en el que se revisa si nuestras acciones han sido acordes a las leyes universales o no. Los egipcios creían que la diosa Ma’at era la encargada de estos menesteres. Anubis (Ampu para los griegos) conducía al difunto hacia el tribunal supremo divino, donde Ma’at, la diosa de la justicia, colocaba la pluma de avestruz que porta en su cabeza en una de las pesas de una balanza y el corazón del finado en la otra. Si las pesas quedaban a la misma altura significaba que la vida de esa alma había sido equilibrada. Pero si se inclinaban hacia uno de los lados, se consideraba incorrecta, así que el destino de esa alma era retornar al mundo físico o ser devorada por el monstruo Amut. Todo este ritual simboliza la densidad y la mezcla de las energías.
En la mitología griega el equivalente de Ma’at es Nemesis. También está Zeus, etc. Para los romanos Júpiter era el que administraba la justicia mientras que la diosa Fortuna representaba su aspecto más dulce (el dharma).
En el cristianismo tenemos el juicio final. Y en la tradición esotérica, el león alado de la ley que podemos ver en muchas catedrales góticas, que representa la ley divina.
 
El juicio de Ma’at
Cada pensamiento que emitimos, por afinidad se une con otros de semejante vibración formando los conocidos egregores o formas de pensamiento. Según la intensidad con la que haya sido emitido, así perdurará y proporcional será su fuerza igualmente. Así, un pensamiento benévolo se mantiene como una fuerza activa y positiva, mientras que uno malintencionado puede llegar a convertirse en una verdadera fuerza demoníaca. Continuamente todas las personas estamos llenando nuestro ambiente con estas emanaciones fruto de nuestros juicios, envidias, odios, o todo lo contrario. Los “despiertos” las emiten conscientemente, mientras que el resto de la humanidad lo hace de forma inconsciente. En esto consiste el karma para los hinduistas.
Toda esta amalgama de pensamientos y sentimientos sería la que daría forma y se cristalizaría en nuestra siguiente vida. Annie Besant lo explica bastante bien en su libro “karma”:
Al pasar por los planos mental y astral en su retorno a la tierra se reviste el ego de nuevos cuerpos constituidos por la respectiva materia de dichos planos, de conformidad con los resultados de su pasado karma, [...] Una vez así revestido, [...] se halla el ego dispuesto a recibir de los Seño­res del Karma el cuerpo etéreo por ellos for­mado con los materiales que el mismo ego pro­porcionó, y que sirve de molde para construir por ley fisiológica el cuerpo denso en que debe manifestarse en el mundo físico durante la próxima encarnación. De esta suerte el ego individual se refleja en el ego personal, y su carácter, sus cualida­des, dotes y circunstancias dependerán de sus pensamientos anteriores.  Se convertirá en lo que pensó, y así el hombre es según quiso ser. [...] Los Mahárajas, auxiliados por sus huestes, envían el cuerpo etéreo así formado al país, raza, familia y madre que proporcionen el campo o ambiente más favorable para el agotamiento de la porción de karma ya madura correspondiente a aquella inminente vida terrena. No es posible agotar o extinguir en una sola vida todo el karma acumulado por el ego, ni podría elaborarse instrumento alguno ni en­contrar ambiente apropiado ni reunir todas las circunstancias necesarias para la manifes­tación de todas las evolucionadas facultades del ego ni para que éste cumpla las obligacio­nes contraídas en el pasado con otros egos. Por lo tanto, el cuerpo etéreo ha de estar elaborado en congruencia con la parte de kar­ma que el ego sea capaz de agotar en aquella encarnación y se le colocará en un ambiente social donde pueda relacionarse con los egos con quienes tenga contraídos lazos kármicos. Se eligen un país y una raza cuyas condicio­nes políticas, religiosas y sociales convengan a las facultades del ego y proporcionen am­biente adecuado a la ocurrencia de los efectos de las causas que estableció. La familia elegi­da ha de poseer una herencia fisiológica a pro­pósito para proporcionar la materia física re­querida por la adaptación del cuerpo denso al molde etéreo, de suerte que el cuerpo físico sea eficaz instrumento de manifestación y expre­sión de las facultades mentales y emocionales del ego y puede éste agotar la señalada porción de su acumulado karma.
Todo lo que decimos, hacemos y pensamos retorna a nosotros, especialmente los juicios que hacemos a los demás. Todo queda debidamente registrado en nuestro “libro cósmico” dentro de los registros akáshicos. Podemos pedir que nos enseñen estos ficheros durante un viaje astral consciente.
La misma ley proporciona los efectos en las sucesivas vidas, siempre basándose en dos pilares: misericordia y justicia. Hay varios tipos de karma: personal, familiar, colectivo, nacional, mundial, karmaduro y katancia. El karmaduro es el correspondiente a un acto premeditado, como un crimen planeado. Katancia es el karma de los dioses, santos, maestros, iniciados, etc.
También existe la “ley de accidentes” que nos recuerda que debemos estar presentes y conscientes en nuestra vida diaria. De lo contrario podemos sufrir uno de esos olvidos fatales, como dejarnos el gas encendido.
El dharma es un regalo, un regalo cósmico si soñamos con monedas.

¿Cómo “quemar” el karma?

Al león de la ley se le combate con la balanza: esto significa empezar a cuidar lo que pensamos, hablamos, hacemos, etc. mediante una recta manera de sentir, pensar y actuar. Si cambiamos nuestra forma de vivir no generaremos más karma.
También podemos hacer buenas obras para pagar nuestras deudas “por adelantado”. De esta forma puede que evitemos un accidente en un momento dado.
Si no tenemos con qué pagar, vamos a pagar con dolor (por eso hay tanto sufrimiento en el mundo).
Pero no debemos olvidar nunca que nosotros mismos somos nuestros carceleros porque somos creadores de nuestra realidad a cada instante. En el momento en que cambiemos la tónica de nuestros pensamientos y nuestras obras sean más benéficas, mereceremos un más bello porvenir.
Como dice Annnie Besant:
Las aspiraciones y deseos se convierten en aptitudes
Los pensamientos reiterados se convierten tendencias
La voluntad de obrar se convierte en acciones
Las experiencias se convierten en conocimiento
Los sufrimientos se convierten en conciencia

No quisiera terminar este artículo sin mencionar a Vicent Guillem y su libro Las Leyes Espirituales, cuya lectura os recomiendo a todos (en la bibliografía aparece la página donde podéis descargarlo). Como quizá las partes anteriores han quedado un poco complejas de comprender, he escogido algunas preguntas de ese magnífico libro para ilustrar de una manera más pedagógica la ley del karma. Estas son las preguntas que más suelen surgir, pero en el capítulo del libro sobre la Ley de causa y efecto hay muchas más. Así que, aunque me ponga un poco pesada lo repito: lectura imprescindible para todos los interesados en estos temas.
(Vicent Guillem P. es Doctor en Ciencias Químicas y trabaja en el hospital clínico universitario de Valencia investigando la predisposición genética al cáncer. También practica Reiki con fines terapéuticos de forma gratuita y totalmente desinteresada. El libro de Las leyes espirituales constituye un compendio de preguntas y respuestas que le fue dado por un maestro espiritual durante varios viajes astrales. Desde hace varios años organiza talleres y conferencias gratuitas para difundir las enseñanzas que le fueron mostradas.)

Pregunta: ¿Y de qué manera los actos de la vida actual tienen que ver con  aquellos vividos en el pasado? 
Respuesta: Existe una ley universal, la cual podríamos llamar Ley de la Justicia Espiritual, Ley de Causa-Efecto, o Ley de Acción y Reacción Espiritual que dice, más o menos, que el espíritu recibe exactamente lo mismo que da. En realidad equivale a decir que lo que hacemos a los demás nos lo hacemos en realidad a nosotros mismos. La consecuencia de ello es que cada espíritu ha de hacer frente a las circunstancias que él mismo ha creado, de manera que muchas de las circunstancias adversas a las que se enfrenta el espíritu en una vida son consecuencia o efecto de una causa que él mismo creó en una encarnación anterior.
 P: ¿Por qué es una ley universal?
R: Porque el espíritu no puede ser feliz ni puede avanzar en su evolución espiritual sin haberse enfrentado y haber resuelto aquellas circunstancias, aquellos actos que realizó contra las leyes universales y  contra los demás seres de la creación. Si por la ley del libre albedrío el espíritu es libre para elegir el camino que quiera, de tomar las decisiones que crea convenientes, por la ley de justicia espiritual ha de saber que cada acción que realiza tiene sus consecuencias y que finalmente, tarde o temprano, éstas acabarán afectándole a él. Dicho de otro modo: “La siembra es libre, la cosecha es obligatoria”. Es decir, si algo nos pareció correcto como emisores, también nos deberá parecer justo como receptores y viceversa, y si no nos gusta recibir lo mismo que hicimos es que había algo en lo que hicimos que no era demasiado bueno, porque lo que no es bueno para nosotros, tampoco es bueno para los demás. Habéis oído que muchos grandes profetas, incluido el propio Jesús, dijeron: “No hagas a los  demás lo que no quisieras que hiciesen contigo” y “haz a los demás lo que quisieras que hiciesen contigo.” Conociendo la ley de acción y reacción habría que añadir a estas máximas una coletilla: “No hagas a los demás lo que no quisieras que hiciesen contigo, porque al final te lo haces a ti mismo” y “haz a los demás lo que quisieras que hiciesen contigo, porque en realidad te lo haces a ti mismo”. En esta máxima, “lo que haces a los demás también te lo haces a ti mismo” se encierra el principio de justicia espiritual.
P: Pues yo no observo que esta ley se cumpla muy a menudo. ¿Acaso no hay asesinos, criminales y genocidas reconocidos que jamás son llevados ante la justicia y mueren plácidamente de viejos? 
R: El hecho de que el efecto asociado a una causa o acción determinada no se dé de forma inmediata puede dar la impresión al encarnado de que no existe justicia, por no ver al criminal responder por sus delitos en la misma encarnación. Es cierto que en una sola vida muchos delitos, sobre todo de aquellos que ostentan posiciones de poder terrenal, quedan impunes. En estos casos se da que, los que actuaron en contra de la ley del amor dañando a otros espíritus, harán frente en posteriores vidas a las consecuencias de sus actos. Imaginemos un gobernante que fue el causante de guerras y dio la orden para torturar y condenar a muerte a miles de personas. Debido a su poder jamás fue juzgado ni condenado por ningún tribunal de la Tierra. Tened por seguro que aquellas cuentas que no saldó en dicha vida quedan pendientes para las próximas, y el verdugo de antaño puede ser la víctima aparentemente inocente del mañana. Esto es lo que significa la frase “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” porque lo que la justicia terrena deja sin resolver no tengáis duda que la justicia espiritual lo resolverá. Aún así, sabed que la intención de este sistema no es castigar sino enseñar. En cualquier caso, todo espíritu que hizo daño queda en deuda consigo mismo y, para poder avanzar, es necesario primero que se dé cuenta del daño que hizo y segundo, que lo repare.
P:  ¿Y por qué tiene que haber una demora entre la acción y la reacción, es decir, entre el acto y sus consecuencias sobre el que lo comete? ¿No sería más justo que acción y reacción fueran consecutivas?
R: La reacción se activa en el momento en que se realiza la acción, aunque no se haga efectiva inmediatamente. Si la acción está a favor de las leyes espirituales, recibiremos una “bonificación espiritual”, mientras que si está en contra diremos que se ha contraído una “deuda espiritual”. La “recogida de la cosecha” se demorará hasta que el espíritu concluya la etapa en la que se pone a prueba, o sea, cuando finalice la encarnación, igual que cuando se realiza un examen no se conoce la nota hasta finalizar completamente el examen, ni se espera a continuar el siguiente ejercicio a que el profesor corrija el ejercicio recién terminado. Cuando se trata de un acto a favor de las leyes espirituales, en algún momento recibiremos del mundo espiritual la compensación pertinente, aunque no será inmediata, sino que, como en un trabajo por encargo, se recibe la recompensa una vez se concluye el trabajo, y no mientras se está realizando. Esta “recompensa espiritual” se traducirá finalmente en un ascenso del espíritu hacia esferas de mayor evolución, donde habitan espíritus más amorosos, una vez concluida la encarnación. En el caso de una deuda espiritual, la reparación se demorará hasta que el espíritu decida por propia voluntad subsanar voluntariamente el daño que hizo, lo cual implica necesariamente que el espíritu haya tomado conciencia de su propia actuación. Por la ley del libre albedrío no se le puede obligar a hacerlo. Será el espíritu el que decidirá cuando llega el momento de enfrentarse a esas circunstancias. Pero si quiere avanzar espiritualmente, ineludiblemente, tarde o temprano, deberá enfrentarse a ellas y reparar el daño que hizo. Mientras esto no ocurra no se enfrentará a ciertas pruebas, pero el peso de los actos realizados contra la ley del amor, una vez concluida la encarnación, le retendrá en los niveles inferiores del mundo astral, en los que habitan los espíritus de semejante condición a la suya, y que debido a su falta de armonía con las leyes del amor, se dedican a hacerse daño los unos a los otros, resultando de esto que la vida en esos niveles es bastante desgraciada y llena de sufrimientos para sus habitantes.
P: Pero obligar al espíritu a pasar por lo mismo que él hizo ¿no es equivalente al ojo por ojo, diente por diente?
R: Ya digo que no es un castigo, sino una forma de aprendizaje. Si uno cree que ha actuado justamente no tendrá ningún temor en recibir aquello que dio. Al contrario, estará deseoso de recoger la justa recompensa de sus buenas acciones. Por el contrario, si ha obrado con egoísmo, perjudicando a los demás, no tendrá demasiadas ganas de recoger la cosecha de su mala siembra. Si la intención de la ley fuera castigar al infractor, como una especie de venganza, podríamos considerarlo un ojo por ojo. Sin embargo, el objetivo de la ley no es castigar, sino promover la evolución del espíritu a través de la experimentación personal de las acciones que uno mismo genera. Dicho de otro modo, la ley de la justicia espiritual nos enfrenta a cada uno con nuestros propios actos de manera que podamos aprender de ello. Y no necesariamente ha de pasar por las mismas situaciones literalmente que él mismo provocó, pero suele ser la forma más rápida de aprendizaje y la elegida por muchos espíritus, deseosos de salir de su situación de inferioridad espiritual, en la que se sienten profundamente infelices.
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Fuentes consultadas para la elaboración de este artículo y más información:
[Libro] Karma. Annie Besant
[Libro] Las Leyes Espirituales. Vicent Guillem. Se puede descargar aquí gratuitamente: http://lasleyesespirituales.blogspot.com.es/   (licencia Creative Commons)
Revista Más Allá nº 18
Monográfico Más Allá nº 24
Iniciación personal
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